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Reflexión de Navidad


Aparte de la credibilidad que tenga la Biblia para cada uno, en función de su credo, hemos de reconocer que si Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, debió fallar algo, posiblemente fue su gran error, si es que Dios puede tener errores, porque, de lo contrario, si Dios se parece a nosotros… ¡Vaya por Dios! difícil tenemos el más allá…

Pero, sin entrar en tesituras teológicas interpretativas, obviando la tesis de Nietzsche donde sostiene que el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza y no al revés, dejando a un lado la credibilidad científica del creacionismo y su absurda explicación del procedimiento formativo del planeta y sus seres vivos, y entendiendo que Dios creó la Tierra para entregarla al hombre para su alimento y, por tanto, dominar sobre ella (“ … ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueva sobre la tierra” (Génesis 1:28)), podríamos deducir que el paraíso era la propia tierra. La garantía de la “vida eterna” para el hombre era perpetuarse en la misma, mediante el alimento que esta le fuera otorgando en un justo equilibrio de su gestión responsable como el dominador sobre todo.

Pero, el muy imbécil, no entendió nada de lo que Dios le dijo. Empezó a ejercer un dominio despótico de todo. Rivalizó con sus hermanos en ese dominio hasta someterlos a ellos mismos, aplicando la ley del más fuerte. Su mente quedó enajenada por el poder y, al entender la tierra como una propiedad, pensó que se podía repartir entre los afines, aquellos con los que se aliaba para robar a los otros, a otra gente encapsulada en su tribu. Peleó por el dominio, mató primero con la quijada de un burro, luego inventó las armas más mortíferas y fue imponiendo su dominio por la fuerza, sin importarle, desde su soberbia, el daño ocasionado a su propio paraíso. Los grupos de poder se declararon dueños de la tierra y despojaron de ella a sus hermanos, dejándolos en la indigencia, si no trabajaban para ellos para conseguir su sustento de los sobras del amo. Es más, sometió a los animales de forma irrespetuosa, arrasó los campos, y estrujó la tierra hasta convertir el vergel en un desierto improductivo. La perforó para sacar su energía, contaminó su aire, sus ríos y mares para obtener beneficio inmediato sin importarle que solo tenía el encargo divino de cuidarla y amarla responsablemente, como a una madre nutriente.

Y en ello estamos: Un hombre idiota, miope, que no ve más allá de sus narices, o sea, de su interés inmediato; que va matando lentamente a su madre nutriente, que ha perdido todo vínculo con aquel mensaje que le otorgó la responsabilidad de cuidar y conservar la tierra y sus seres vivos, que sigue manteniendo y creando fronteras para definir su tribu, que ejerce el dominio unipersonalmente sin respetar la propiedad común de todos los seres sobre el conjunto de la tierra. Un ser humano egoísta, codicioso y avariento que relaciona el progreso con la posesión material, o el dominio sobre la creación; que busca el conocimiento para incrementar el poder, en lugar de buscar el bien de un ecosistema común donde se pueda vivir en equilibrio. Su arma principal no es la creación, sino la destrucción, porque se impone por la fuerza y no por la razón, porque su inteligencia la usa para manipular y potenciar su poder en lugar de cuidar y desarrollar la creación y el intelecto de los demás.

El pecado original fue múltiple, porque el fallo de Dios se manifestó en la soberbia, la envidia, la codicia y el egoísmo del hombre, llevando al ser humano a destruir su propio paraíso, porque eligió consumir, preferentemente, la fruta del mal en lugar de la del bien, dado que murió Abel y quedó Caín del que, metafóricamente, descendemos. Tal vez, esta reflexión, en estas fechas navideñas, venga a cuento para pararse a pensar un poco en de dónde venimos y a dónde vamos…

Luego, dicen que vino Jesús, ese niño que nación hace dos mil años, para recordar las cosas, para tiranos de las orejas con su llamada de atención, para poner en evidencia a los fariseos y reorientar la vida librándonos de ese pecado original… pero los fariseos fueron más listos y se volvieron a adueñar de su mensaje, y volvieron a sembrar la soberbia, la envidia, la codicia, y el egoísmo entre los hombres. Y ahí nos tienes, de nuevo atrapados en un mundo perverso, irracional y gobernado por los malos, por los Caines con sus quijadas de burro en las manos. Porque con los Trump, los Putin, Kim Jong-un, Milei y los demás, estamos en un trance de usar la nueva quijada de burro para matar al hermano; o sea, los misiles intercontinentales que lo destruirán todo…

 

Antonio Porras Cabrera

 

 

 

 

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